Existían tres clasificaciones con respecto a las personas que laboraban en las haciendas:
1.- Trabajadores de Confianza: que eran el Administrador de la Hacienda, administradores de las otras haciendas propiedades de la principal, los contadores, pagadores, caporales, capataces, algunos sirvientes como las famosas nodrizas que amamantaban a los hijos de los hacendados, las nanas, cocineras, etc. Cabe mencionar lo siguiente: estos trabajadores no podían separarse de la hacienda, eran reintegrados por la autoridad. El salario no era estipulado por ellos. A cambio de casa y parcela se les exigía una jornada semanal de trabajo sin remuneración. (ibidem)
2.- Trabajadores Acasillados: eran las personas que vivían en la casa y el casco, pero no tenían el “privilegio” de contar con la confianza y trato cotidiano con el patrón, normalmente eran jardineros, carpinteros, sirvientes, trabajadores allegados al casco, etc.
2.- Trabajadores Acasillados: eran las personas que vivían en la casa y el casco, pero no tenían el “privilegio” de contar con la confianza y trato cotidiano con el patrón, normalmente eran jardineros, carpinteros, sirvientes, trabajadores allegados al casco, etc.
Faenas en una hacienda henequenera de Yucatán |
3.- Peones o Jornaleros: eran los más reprimidos y mal pagados, su sueldo no era suficiente para subsistir y tenían que acudir a la tienda de raya donde se les daba crédito y sus deudas las heredaban sus descendientes. Estos como no pertenecían a la Hacienda (o más bien al patrón), tenían condiciones de sobrevivencia muy precarias. Las jornadas eran arduas, iniciaban desde muy temprano cuando no salía el sol todavía hasta el anochecer con poco alimento y descanso. Muchos de ellos morían de los azotes cuando violaban algún reglamento, no trabajaban al ritmo del capataz o simplemente por su gusto propio, una escena no muy alejada de las épocas más indignas de la esclavitud.
Por el otro lado, los privilegiados, es decir, el hacendado y su familia y algunos allegados como el administrador, etc. su ritmo de vida era distinto. Cabe mencionar que eran también arduos trabajadores, pero obvio, incomparable con las condiciones de los jornaleros. La familia del hacendado normalmente vivía lujosamente, la influencia afrancesada era la moda dentro de los espacios de este sector, su vestimenta, la decoración de interiores, la alimentación y la educación. Los hijos de los hacendados estudiaban en el extranjero, eran personas educadas en París, que era el centro de la hegemonía política, militar, económica y cultural del mundo.
Las haciendas no eran meramente centros de producción, representaban también espacios de convivencia social. Alrededor del casco vivían personas cuyas actividades laborales se relacionaban con estas organizaciones. La interacción era basta, además del casco, había escuelas (cuando las reformas legales lo permitieron al finalizar el periodo de la Revolución), talleres, centros de cultivo, iglesias o capillas, solares, corrales, graneros, huertas, caminos, casas, etc. La fiesta del lugar era cuando se celebraba al Santo Patrono de la hacienda, se organizaban bailes, fiestas, comidas, etc.
En la actualidad cuando visitamos las ruinas de estas, podemos ver el puro casco o la casa principal, pero habrá que tomar en cuenta que esos no eran los límites sociales de la misma y no se digan los límites territoriales. Como antiguamente se presumía: “mis posesiones es hasta donde alcanza tu vista, y aún más allá”. No hay un dato certero de cuál habrá sido la hacienda de mayor extensión territorial, solamente como un ejemplo tomemos la famosa Hacienda de la Gavia en el Estado de México, en su esplendor registró una posesión de ¡65,000 hectáreas!, un verdadero latifundio.
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